Crónica cortesía de Diego.

 

Aún no habían dado las seis de la mañana cuando aparqué mi coche en la plaza de Paz, justo al llegar divisé la inconfundible silueta de Barrios que me regala los buenos días con su peculiar sonrisa. Decido sacar dinero, pero de buena mañana el cajero automático se traga mi tarjeta, con la consiguiente cara de tonto que se me queda salir de la puerta del banco. Barrios ríe, y me dice tranki, que donde vamos, no voy a necesitar dinero.

 

Ahora, y casi a la par, aparecen Javi y Beni. Ya han dado casi las seis y cinco y Juanjo no tarda mucho más en aparecer. Merche y Antonio nos informan desde el whatsapp que ya están de (camino a lo bueno) y nosotros, ya hemos decido hacer el viaje en el coche de Juanjo. Ya de camino, Barrios nos relata los pormenores de la carrera y nos advierte que pongamos atención donde pisamos ya que la bajada es muy técnica y en algunos tramos peligrosa.

 

Después de todo hemos llegado con el tiempo justo pero suficiente para cambiarnos de ropa e incluso, algunos nos ha dado tiempo de pasear el paquete de kleenex por el pinar colindante al aparcamiento.

 

No es para menos, un marco incomparable, no me esperaba menos de estos parajes de la Vera. El ambiente es claramente de carrera de montaña. Beni está repartiendo los dorsales, Merche y Antonio ya con los suyos colocados hacen más grande este grupo de corredores azules. Ahora toca foto, amablemente Norberto nos la hace. Ya no queda nada, nos avisan por megafonía que estemos listos, son las siete y cuarentaicinco y hay que pasar por la línea del control de dorsales de salida. Esto va ha ser duro, lo sé, pero la motivación es máxima, llevo un mes amamantándola, y así, con esta ilusión, con la misma que se entrena cada día, es la locura perfecta para disfrutar de estas carreras de montaña.

 

Ya estamos en marcha, lo hacemos lento, levanto la cabeza e intento localizar la cumbre a la que no se por qué motivo pretendemos subir, pero no han fallado las predicciones, el día será fresco y ahora las nubes cubren parte de la sierra. En este primer kilómetro atravesamos el pueblo, pero rápidamente me doy cuenta que nos adentramos en la montaña. Es una especie de calzada romana, un destartalado camino empedrado que nos obliga a prestar atención en cada pisada. Comenzamos a ascender entre falsos llanos y algunos tramos de subidas más repinadas, entre pequeños huertos y cerezos. Dejamos el camino de piedra y nos vemos enfilando una pista forestal, dejando atrás los cerezos, ahora los arboles son gigantescos pinos que nos protegen de los escuetos rayos del sol. En estos primeros kilómetros el grupo ya se ha estirado y la montaña nos va colocando humilde mente a cada uno donde nos corresponde. Llevo un kilómetro solo y alcanzo a una corredora que trota a un ritmo idéntico al mío, me uno a ella y me percato rápido de su avanzada edad, en los tres kilómetros que quedan al avituallamiento del kilómetro cinco, afianzamos lo que yo llamo, (la amistad del corredor) y damos por hecho que pasaremos juntos algunos kilòmetros más. Marian es infatigable mantiene un ritmo constante, como un reloj, pero a la vez lo hace sin dejar de hablar…!es incansable!! Tiene sesenta y dos años y corre dos maratones al año, creo que su experiencia y tranquilidad han calmado mis primeras tensiones de la carrera. Hemos llegado al avituallamiento, y creo adivinar el logo Zapatón en una camiseta azul, es Javi, sonriente pero exhausto por la subida, decide seguir y lo veo alejarse mientras Marian y yo recuperamos y repostamos líquidos. Creo que hay zapas desperdigados por toda la carrera, Barrios me pasó en la salida, Javi va delante, a Merche y a Beni les saco poco, de Antonio no sé nada, y Juanjo… ¡si no está llegando, poco le falta!

 

La carrera transcurre entre senderos en carne viva y avituallamientos, es en este, en el kilometro diez donde la cosa se empieza a complicar, la pendiente se inclina y el terreno es complejo, casi intransitable, muy técnico y peligroso, Marian me dice que ya nos queda poco para encarar el desfiladero, aquí conocido como (El paso de los buitres), pero que no me asuste, que disfrute y mire a mi alrededor. Hasta ahora no me había dado cuenta de la verdadera belleza natural que nos rodea, desde aquí, Aldeanueva es un puñadito de casas blancas y a mi izquierda el impresionante collado, por un momento, hace que me estremezca sintiéndome insignificante en esta enorme montaña.

 

Mi corazón late intensamente, puedo sentirlo, retumba en mi pecho, estoy inclinado con las manos en las rodillas, los pasos son cortos, pausados, mis músculos están gritando, la respiración es agitada y sonora, mis ojos están clavados al frente pendiente de las piedras que Marian desgarra delante de mí, la subida es agónica y lenta. Alguien ha dicho algo. ¡Es Javi!, está sentado en el saliente de una roca, de espalda al desfiladero con la mirada exhausta pero siempre sonriente mientras balbucea y maldice los pormenores de la subida. Marian le dice que no se pare, que se una y así lo hace siguiendo mis pasos. Una enorme roca casi vertical, nos hace detenernos para sortearla de la mejor manera, decido adelantarme y trepar a cuatro patas para coronarla sin problemas, veo a Marian titubear y no dudo en plantar mis posaderas en una coyuntura de la piedra y extender mi mano y así ayudarla, Javi aprovecha la ocasión y no duda en beneficiarse también de mi ayuda.

 

El panorama es distinto, la vegetación es la típica de alta montaña, aplastada por las últimas nevadas, es mucho más agradable pero no nos podemos fiar, el deshielo dibuja gran cantidad de regateras que la misma hierva tapa, y meter el pie en una de ellas te puede jugar una mala pasada. Estamos dentro de una nube, la niebla es espesa y la temperatura ha bajado considerablemente. Tengo los brazos congelados, decido tirar del cortaviento. Javi se ha recuperado y lo veo perderse entre la niebla. En el próximo avituallamiento nos informan que hay cambios, que no llegaremos a la cima, las condiciones meteorologías han obligado a la organización a desviar la ruta. Empezamos a bajar.

La humedad hace verdaderamente peligrosa la bajada. Por un momento creo recuperarme, el gel empieza a diluirse en mi cuerpo, pero dura poco, la sensación de alivio empieza a desvanecerse a lo largo del descenso. La concentración es máxima, pero advierto que algo sucede dentro de mis cuádriceps, una especie de pinchazos continuos unido a una tremenda carga muscular me obligan a reducir el ritmo de bajada. Sigo detrás de Marian, también se ha unido otro corredor, por la confianza de la conversación creo que se conocían de otras carreas. La inclinación del terreno empieza a recuperar algo de sentido común y nos adentramos en una pequeña subida lateral donde el agua embarra cada pisada y cada piedra suelta es el presagio de lo más parecido a besar el barro.

La pista forestal es una curvilínea que desciende entre los árboles. Hemos ampliado la zancada el ritmo es alto y hay que sortear algunos riachuelos. Empiezo a darme cuenta que no podre seguirlos, que mi carrera con Marian ha llegado a su fin y me toca continuar solo y los pierdo mientras intento imponerme un ritmo más acorde a mi situación. Voy justito, pero a este ritmo llego vivo. Quedan tres kilómetros para llegar y decido engancharme a un chaval, que por la forma de correr está bastante más perjudicado que yo, pero considero que nos seremos de buena ayuda después de todo. Le dejo que marque el ritmo, que no se agobie, que lo peor está hecho, pero estamos cansados y casi perdemos la ruta de banderolas. Decido tomar la iniciativa y después de un par minutos recuperamos el camino a meta. En otras condiciones esta última bajada ha de ser divertidísima, pero a estas alturas de carreras es el alma la encargada de rematar la faena, y así lo hicimos, acercándonos a la alfombra de meta el chaval abrió su mano agarrando la mía y alzamos los brazos, con el mismo entusiasmo que los ganadores de la carrera hicieron una hora y media antes.

 

Hemos llegado...¡muchas gracias compañero!, y me pega el tío un abrazo que casi me desmonta del todo, me despido del chaval mientras unas señoras muy amables reparen limoná casera que me saben a gloria bendita. También me dicen que hay cerveza gratis y ¡migas Veratas! Intento buscar algún zapatón entre los corredores y noto que alguien me da una palmadita en la espalda, me giro y es Marian con una enorme sonrisa, me planta dos besos y me pregunta que tal estoy, le digo que ok, me mira a los ojos, se acerca a mi oído me susurra…-ahora que has llegado te puedo decir que hay mejores y peores corredores, pero entre ellos hay dos clases…. los que corrieron la Penconona, y los que no.