Crónica cortesía de Andrés

   

“La Montaña o tú” era el eslogan este año de la conocida carrera Pueblo de los Artesanos.

Recuerdo la primera vez que fui, los días antes no sabía dónde me había metido, y el temor de no poder con ella y la incertidumbre me podía. Incertidumbre que sigo notando en aquellos que por primera vez se animan a una carrera de montaña, a pesar de mis ánimos, … ganas y ánimos, porque esa carrera se ha convertido en una de las fijas en mi calendario, y es que creo que las carreras de montaña tienen un encanto diferente a las otras.

 

Pero este año era consciente de que iba peor preparado que otros años, pero la incertidumbre no se apoderaba de mí… eran 29 km, pero la confianza en que una vez que empiezas acabas haciéndolo superaba esos temores.

 

Los Zapatones que nos animamos fueron Beni, Barrios, Ángel Martín y un servidor con la “Media Maratón”, y Merche y José “Fisios” con el cross… baja a última hora de Luismi.

Este año el planning hay que cambiarlo porque salimos de Portezuelo en lugar de Torrejoncillo. Así que allí cogemos el autobús para tomar la salida a los pies del castillo de Portezuelo.

 

No me noto muy bien, no he entrenado lo suficiente, y es que por las últimas lluvias o por las horas a las que llego por la tarde no me dejan hacer buenos entrenamientos. A parte de eso, no confío en mi estómago, creo fielmente que me volverá a dar problemas, a pesar de la dieta de pasta de los 2 últimos días. Elena me cuida. Así que el papel sigue ocupando el bolsillín izquierdo de mis calzonas, con la seguridad de que recurriré a éste.

 

Muchas caras de otras ediciones, de otras carreras, aquí… allá… de ese grupo de runners trotamundos, alguno que este año se atreve con el Maratón (este año no me lo he planteado), otros con el cross (tampoco es que sea fácil).

 

En la salida escalonada, salimos 10 minutos detrás de los de la maratón… y lo hacemos por el pueblo, y tras un pequeño recorrido, estamos prácticamente a los pies del Castillo. Como era esperable, subimos en fila la sendita súper empinada entre jaras y encinas, imposible totalmente adelantar al culo anterior, salvo que tu especialidad sea hacer el jabalí… asumo mi puesto, consciente de que los de atrás tendrán el mismo sentimiento que yo.

A pesar de que está al lado de la salida, mi respiración se acentúa al “trepar” por esa pendiente, con las manos en las rodillas, como si quisiera simular a Pedrito. Al final acabamos llegando al castillo, en donde antes de entrar en la parte técnica, si eres lo suficiente rápido, puedes adelantar algún puesto.

 

Una vez que entras en la senda entre piedras, retamas y encinas, vuelve a ser imposible adelantar a alguien, a riesgo de salir mal parado si no sigues al que te precede. Además el sol de cara te impide ver el trazado, el itinerario, y te limitas a mirar los pies del delante, con mucho cuidado de las ramas bajeras de alguna encina, que al final acaban impactando en algún corredor. Quizás, los que somos un poco altos, somos conscientes de que perder las referencias de los árboles nos puede salir caro.

Así sigo a uno de Villanueva de la Serena, que a su vez sigue a otro, que a su vez sigue a otro… y así vamos en una fila de 10-12 corredores en la que es imposible remontar alguna posición, aunque físicamente te apetece alargar un poco la zancada sin estar tan pendiente del delante.

 

Tan sólo cuando el primero, portugués, es consciente de que está parando un grupo amplio de corredores, y se aparta, el grupo acelera, e incluso remontas alguna posición. Alguna senda trazada por alguna cabra despistada, paralela a la que sigue la carrera, te permite adelantar no más de un corredor… así que recupero alguna posición, pero sigo castigado a seguir en la fila. Un poco más adelante, los galgos del Cross que salieron 10 m más tarde nos empiezan adelantar, debiendo cederles el paso, aunque me costó algún tropezón entre los peñascos que hizo dudar mi estabilidad.

 

Ángel y Beni seguro que están detrás, aquí es imposible no seguir este ritmo, y yo ando con ganas acelerar, pero me veo obligado a seguirlo. El sol de cara te impide ver a veces algún fotógrafo entre las peñas, pero sin embargo sí te das cuenta que una de tus referencias, sobre todo porque le conoces y debuté en esta carrera corriendo con él, Félix H, nos está distanciando, y es que no tiene ningún “coche sin carnet” delante.

 

Con las mismas ganas de quien llega a una autovía después de ir detrás de un tractor en un tramo de obras, me lo tomo cuando salimos de la senda entre peñas, retamas, y encinas y llegamos al cortafuegos que con una fuerte pendiente te tumba hacia delante, peligrando incluso su carrera. Por supuesto que me quito a los cabeza del grupo, así como Ángel también me supera en ese tramo… adiós Ángel, adiós… consciente de que no lo volveré a ver debido a que está mucho más fuerte que yo. También los del Cross me adelantan, les cedo el paso, aunque me cuesta algún derrape.

 

Después del cortafuegos descendente empieza el ascendente, … el primer año, todo lo que era subida lo hacía andando; el anterior y éste, cuando veo que la pendiente no es tan fuerte, corro… de manera que llego al punto de avituallamiento a la vez que Félix H. lo deja. Coincido con Ángel… empieza la romería de avituallamientos…

 

En la reflexión panorámica que te permiten estas paradas ves que has dejado bastantes corredores detrás, incluso a Beni le veo bastante lejano. Ángel empieza a correr, y yo después de unos segundos más tarde, lo hago igualmente a medida que siguen llegando corredores nuevos a reponer fuerzas.

 

A partir de ahí, un camino con subidas y bajadas, en la que te adelanta algún corredor que habías adelantado antes, y en el que, misteriosamente, soy capaz de alcanzar a Ángel. Me agazapo primero detrás, luego me atrevo a tomarle el pulso, pero en alguna cuesta mi culo pesa más. Félix H se ve obligado a retroceder, se ha equivocado de camino… “Pero un veterano como tú”, le digo, y a los pocos metros le superamos, igual que nos superan algunos corredores de Torrejoncillo.

 

Ángel y yo, seguimos por el camino, aunque a veces me supone quedarme ligeramente rezagado que recupero a veces en el llano o en las bajadas. A esa alturas son 10 km menos en las piernas que el año pasado, y eso se nota, y mi cabeza va recordando las penurias del año pasado por ese tramo, donde tuve que hacer una parada de emergencia. No soy el único que piensa en ello, Ángel me comenta que el año pasado había ratos que iban andando por ese camino por el que hoy trotamos.

 

Tras el paso de unos caballos que optan por salir de la cerca, y superar a unas portuguesas maratonianas, llegamos al pueblo del Arquillo donde se sitúa un nuevo avituallamiento. Ángel antes, yo sigo apareciendo y desapareciendo.

2 vasos de isotónica, 2 trozos de plátanos, alguna irresistible gominota, pero hay que terminar con 2 vasos de agua para no quedar sensación de sed. Y adelante, atravesamos el pueblo con alguna duda del recorrido, saltamos alguna pared, y tomamos un camino ascendente que vuelve a tornarse en un llano. El mismo miembro de Protección Civil que el año pasado.

 

El giro de la curva te permite ver el punto donde se inicia lo más duro de la carrera: La Silleta… una ascensión por un dudoso cortafuegos de casi un 40% de pendiente en 1 km. Ahí, se puede ver la línea de puntos que forman las coloridas camisetas de los que van delante, y línea que tanto Ángel y yo vamos a continuar, y es ahí donde quizás se 

encuentra la máxima expectación de la carrera hasta entonces.

 

Soy el primero en poner pie en la cuesta, pero rápidamente mi compañero se pone por delante, y aunque ya hemos cambiado la velocidad y empezamos a andar adoptando la postura de trepar, no tarda en empezar a sacarme metros. Mi motivación con el pensamiento de las cuestas que he subido este año en los Pirineos no sirven para seguirle, y fácilmente se me ha distanciado.

 

Rápidamente me doy cuenta de que Ángel puede estar subiendo mejor que yo, pero que también los que vienen por detrás lo están haciendo. Con lo que soy yo el que no está en un nivel medio. El no querer quedarme muy rezagado, y el que no me superen los de atrás no me permiten tomarme un respiro contemplativo de la ascensión. Cuerpo encorvado, a veces manos sobre rodillas, y siempre acompañado por el tamborileo del corazón.

Me superan un par de corredores, y otra chica espera a terminar la zona más fuerte para hacerlo también. Alguna más me acompaña en el tramo que corona la Silleta ayudado porque he de parar para quitarme una china que me ha estado obligando a jugar con el pie en diferentes posiciones para esquivarla.

El chequeo en ese respiro mientras me ato las zapatillas, me sitúa 3 puntos de molestias: el dedo gordo del pie, que me roza con el de al lado y sin duda me está originando una ampolla, un lateral del pie debido a la posición que tiene que adoptar para evitar la china. Y por debajo de la nalga, muy común cuando hago demasiados sobreesfuerzos.

 

Llegado al punto de avituallamiento de la cumbre, a Ángel apenas lo veo alejarse. Algunos corredores me vuelven a superar. Gente de Coria en este punto, además de Manolo “Milagro” que parece que este año no ha tenido que actuar aún.

 

Empezamos la bajada. Ahora no se notan las piernas tan pesadas como el año anterior. No sabría decir exactamente el kilómetro por las pocas referencias existentes este año, pero debería ser en torno al 12, respecto al 23 del año pasado. Así que bajo un poco más suelto, pero sin abusar ni apretar ante los 17 km que aún me quedan. La ampolla del pie empieza a molestar demasiado.

 

En esa bajada me vuelven a superar algunos corredores del cross, luego les mantengo la distancia, pero ha llegado el momento en que la carrera la empiezo a hacer en solitario, sobre todo cuando las desviaciones de los participantes del Cross y del Maratón los separan de nuestro recorrido.

Así, tras esa cómoda bajada, y tras pasar por alguna otra subida que me hace andar, tomamos el camino que discurre entre pinares desde Pedroso de Acim.

Pendiente muy favorable que me hace tener un ritmo majo, pero la ampolla empieza a hacer saltar todas las señales de alarma. Aparecen en mí la imagen de aquel corredor de la Media Maratón de Don Benito que no era consciente de que estaba deambulando por la carrera… no es similar, pero me hace pensar que a veces, cuando estás metido en esto, cuando es algo más que una carrera, cuando los retos te sientes con la “obligación” moral de superarlos, hace que no te des cuenta de tus problemas, … quizás la ampolla esté sangrando… se me va a preparar una buena “lobá” con todos los kilómetros que aún me quedan.

 

En este trazado ya me doy cuenta de que no hay perseguidores, ni tampoco a quien perseguir… ninguna recta me permite ver los que van delante, ni los que van por detrás. Así llego a un avituallamiento. Tras un primer silencio, alguno de los asistentes empieza a darme conversación, que dura mientras hago mi ritual isotónica-plátano-isotónica-plátano-gominolas-agua-agua… y continúo.

 

Apenas unos metros más tarde, un par de curvas más, decido pararme y ver cómo está el estado de la ampolla. Me quito la zapatilla, y veo que ésta pasó a mejor vida, y hay claras posibilidades de que empezaré a tocar carne próximamente. Echo mano del papelillo que llevo en el bolsillín y me envuelvo el dedo, consciente de que la zapatilla quedará más apretada y los dedos no tendrán tanta holgura, pero evitaré el roce de la ampolla.

 

Continuo, y el que sí me alcanza es el primero de la maratón, a un ritmo bestial acompañado de una bicicleta. Me echo a un lado, ofreciéndole el camino más “sano para sortear un charco del recorrido…

 

Mi cabeza está echando cuentas de kilómetros y recorrido, cuando por fin veo que el trazado parece dejar de seguir hacia Portezuelo y vira a la derecha dirección Torrejoncillo. Recorrido inverso al del año pasado, y que nos lleva a un charco insalvable… por la derecha sin piedras en las que apoyar, por la izquierda piedras en las que apoyar rozando las zarzas, por el medio… agua. Intento por la izquierda, pero acabo decidiendo saltar al agua. “El pañuelo que envuelve el dedo, al mojarse, se habrá descompuesto”, pienso… y es cierto.

 

El resto del recorrido discurre entre una dehesa de encinas, en un paraje seco… miro hacia atrás y no veo a nadie… miro hacia delante y tampoco veo a nadie… así que en la más pura soledad sigo restando kilómetros hacia Torrejoncillo. En ese recorrido, las piernas están agotadas, mi mente propone un primer intento de ir andando un trozo… lo rechazo y hago el esfuerzo de continuar…pero a la segunda propuesta de parada, lo hago, quizás con el alivio de que nadie me puede ver. Me marco una pequeña distancia para ir andando, y así no decaer mucho.

 

En una especie de cortijo se sitúa otro avituallamiento, de forma que cuando llego a ese punto me parece divisar la camiseta de Ángel que ya lo ha abandonado. Sigo la rutina alimenticia, y cuando me parece acertar la silueta de un corredor de blanco que me persigue empiezo a correr.

 

Sigo en ese recorrido con ligeras curvas y llano que discurre por la dehesa, y no me cuesta echar un par de veces “pie en tierra” e ir andando, me lo permito en la intimidad en la que me muevo… marcándome límites en los que empiezo a correr, generalmente marcado por las balizas del recorrido.

 

Ni las señalizaciones ni el recorrido permiten un seguimiento estricto de los kilómetros, pero intento marcarme pequeños retos de tiempo para romper el bloqueo de mis piernas, que cada vez va dando pasos más cortos, convirtiéndolos en breves pasos, en pasitos.

Llego a otro avituallamiento, y me sigue pareciendo divisar la silueta de Ángel que se marcha de éste, pero me parece verle afectado, de hecho no parece haberme marcado más distancia, a pesar de mis pasitos, yo diría que incluso le he recortado algo. La voz de los que atiende el avituallamiento sitúa su procedencia francesa,… plátanos enteros, chocolatinas enteras, … no hace que sea apetecible tomarlos así, tampoco es cuestión de partirlos. Me limito a convertirlo en un avituallamiento líquido. Diviso por detrás un corredor azul, pero su marcha y su ritmo me dice que no es el que me perseguía, es el segundo clasificado de la maratón, que hace un repostaje sin parar, cogiendo 2 vasos de agua, un par de tragos sin parar, que no les supone ninguna pérdida de ritmo.

 

A los pocos metros de este avituallamiento, y tras superar una cuesta en la que no dudo subir su mayor parte andando, cruzamos la carretera ya con la seguridad de que no daré alcance a mi compañero de equipo por muy tocado que vaya. Y llego al último avituallamiento, en el que no bebo mucho, y arranco pronto, muy seguro de que el recorrido se convertirá en muy favorable, con pendientes descendentes hacia el pueblo y que espero que me ayude a superar el bloqueo muscular que cada vez es más notorio.

Antes me alcanza el tercer clasificado de la maratón, al cual conozco por ser amigo de Jose Zulueta; le animo, pero su ritmo no da para que nos podamos extender mucho más.

 

La supuesta pendiente descendente que me va a favorecer, lo hace, pero casi al final, los músculos, especialmente los gemelos, se quejan de que están trabajando demasiado para contener la inercia descendente y los pasos cortos, así que los amagos de contracturas empiezan a manifestarse por todos los músculos de las piernas. He de medir los pasitos, a la mínima me puede dar algún calambre que me haga sufrir en estos últimos metros.

Continuo el recorrido, atajado, por las calles de Torrejoncillo, seguro de que nadie me dará alcance, lo debo hacer muy despacio, por unas calles que conozco del Cross. La cuesta que te lleva hasta la plaza, y el intento de mantener un ritmo decente, sé que puede hacer saltar algún muelle, de hecho un amago muy fuerte de contractura en la parte interna del muslo me avisa que no doy para mucho más, pero hago lo posible por ir dignamente por el pueblo, entre ánimos de corredores que ya han llegado, y que estoy seguro que me leen todo lo mal que voy.

 

Al final entro en meta, entre ánimos de la gente (ha sido un acierto terminar en Torrejoncillo este año), pero el agotamiento de mis músculos ha sido total, he marcado un nuevo record personal de distancia: 29 km.

 

 

 

Crónica cortesía de Ángel

 

Domingo 30 de Septiembre, esa era la fecha marcada en el calendario desde antes de comenzar el verano. El inconveniente personal, el verano, que poco me gusta correr en esa época. En comparación con el año anterior, éste me propuse al menos no perder la costumbre y salir a rodar aunque fuese ligeramente, y así fue.

 

El día de la carrera llegó más pronto que tarde, quizás una semana más de preparación no hubiera venido mal, pero ya no había marcha atrás. A las ocho menos cuarto salimos de la Plaza de La Paz, y para no perder hábitos y rutinas de días de carrera llegué también unos minutos tarde. Allí me esperaban Andrés, Barrios y Beni, y posteriormente nos reuniríamos con Jose Fisios y Merche en Portezuelo. Al llegar a Torrejoncillo vemos el autobús con los maratonianos ya embarcados y poniendo rumbo a Portezuelo, minutos más tarde lo haríamos nosotros.

 

Ya en Portezuelo recogemos el dorsal y charlamos con algunos corredores y nos encontramos con Merche, que ya estaba allí. Nos cambiamos en el pabellón y dejamos la mochila en el ropero. A la salida hacemos algo de calentamiento, aunque yo personalmente ando muy perro y paro pronto para hacer algunos estiramientos. Iba con la incertidumbre de las zapatillas, una nueva adquisición para carreras de montaña, y aunque había hecho varios entrenos con ellas ninguno había sido tan exigente como esta carrera. Por megafonía anuncian la llamada a la salida a los corredores de la “media”, y vamos pasando al corral de salida mientras verifican nuestros dorsales.

 

La salida es como preveía, un corto paseo por el pueblo y enseguida a subir al castillo, en fila de uno por la estrechez de la senda y andando, esto último creo que era porque todos sabíamos lo que nos esperaba por delante y era tontería gastar fuerzas ahí para nada. Salimos del castillo y nos adentramos en la zona técnica de la cresta de la sierra, al igual que antes de uno en uno y mirando por donde poníamos los pies, o más bien las pezuñas, porque parecíamos cabras pegando brincos! Andrés va por delante de mí, aunque hay algún corredor por medio de los dos, al igual que Beni por detrás de mí. Barrios va por delante de nosotros, hasta la meta ya no volvería a verle. Poco a poco adelanto a algunos corredores y me pongo detrás de Andrés prácticamente cuando nos adelantan los galgos del cross, que salieron diez minutos más tarde que nosotros. Llegamos a la bajada del cortafuegos y me lanzo casi sin darme cuenta. La bajada es complicada, y más para nosotros que no estamos acostumbrados a esos menesteres. Aun así voy cogiendo velocidad y voy bajando muy bien, adelanto a varios corredores y a mitad del cortafuegos paso a Andrés, que le veo respetuoso con el suelo que pisa, imagino que por no torcerse el tobillo de nuevo. Nada más acabar la bajada empieza la subida de otro cortafuegos, no aguanto mucho corriendo a eso de la mitad voy caminando, veo que no soy el único, los que van por delante de mí hacen lo mismo. Aquí me uno a Félix y vamos andando hasta el avituallamiento en el final del cortafuegos. Un poco de agua, isotónica algo de aire y sin prisa empiezo el camino, esperando a Andrés que se quedó en el avituallamiento. Cuando llega a mi altura vamos a un ritmo majo, aunque en algunas cuestas el ritmo aminoraba, incluso en alguna nos tomábamos un respiro caminando un rato. Al pasar por las fincas próximas a la pedanía de Arco nos cogen dos corredores de Club Atletismo Torrejoncillo, con los que haría gran parte del recorrido que quedaba y con los que llegamos al avituallamiento de Arco.

 

A la salida de Arco ya sabíamos lo que nos esperaba, algo más de un kilómetro y a subir La Silleta!!. Ese tramo hasta llegar a la base del pico iba pensando en cómo afrontar la subida aunque ya lo había pensado días atrás, pero a pie de campo se ven las cosas de otra manera. La estrategia no varió, empezar suave, con pasitos cortos, sin alargar la zancada y gastar lo mínimo posible. Y así lo hice. Y la verdad que se me dio muy bien, deje atrás a Andrés y pillé al grupo que tenía por delante, adelanté algún corredor y al llegar al leve giro de izquierda hacia la izquierda empecé a trotar, adelantando a varios corredores más. Al echar la vista atrás me di cuenta de que realmente había subido muy bien y sin un gasto excesivo.

 

Llego al avituallamiento de La Silleta y me tomo algo más de tiempo para coger aire y reponer fuerzas con algo de fruta, agua, isotónica y algún lujo más. Un poco antes de salir del piscolabis llega Andrés. Salgo del avituallamiento trotando y dejo a Andrés reponiendo fuerzas, imagino que me dará caza si bajo despacio y así ir juntos como fuimos antes. Poco a poco voy avanzando camino de El Palancar, pero Andrés no llega y únicamente logro verle a lo lejos en las curvas de la bajada. En éste punto ya voy de nuevo con los corredores de Torrejoncillo, y así seguiré durante unos kilómetros más. Pasamos el desvío para los corredores del cross y nos dirigimos por una pista forestal a bordear el Pedroso. Vamos bajando, pero vamos rápido, muy rápido, por lo menos para mí. Uno de los corredores va cantando el ritmo de los kilómetros, y llevamos ya un par de ellos en 4:50, al llegar al tercero a ese ritmo les digo que tiren, que ese ritmo para mí y a esas alturas de la carrera es muy elevado. Aunque vuelva a coincidir con ellos en algún avituallamiento, la carrera ya la hice en solitario hasta la meta. Los kilómetros iban cayendo y la pesadez en las piernas iba aumentando. Aun así hubo tramos de la carrera en los que se podía disfrutar del entorno, sólo se escuchaba el cantar de los pájaros y el sonido de las hojas mecidas por la suave brisa de inicios de otoño junto al golpear de las zapatillas contra la tierra y las piedras, que sensación de armonía con la naturaleza (a que mola cuando saco la vena poética?? Jeje).

 

El tramo final se inicia con un giro a la derecha para tomar dirección Torrejoncillo, justo el tramo inicial del año pasado. Nada más girar a la derecha, a unos poco metros, nos esperaba el charco, laguna, rivera, arroyo… del año pasado, vamos que llueva o no aquí siempre hay agua. Justo antes de llegar al susodicho elemento acuoso veo que viene por detrás Pedro, Don Pedro o Pedrito, no el del Barcelona, el de Torrejoncillo, que hacía la prueba del Maratón, que ganó sobradamente, e iba en cabeza. Gentilmente dejé que pasara primero él por el mini lago, más que nada para ver cómo y por donde se podría pasar mejor para no mojarse mucho. Había unas rocas en un lateral, junto a unos zarzales, que es por donde intentó pasar Pedro sin apenas bajar el ritmo que llevaba (semejante al que llevo yo cuando en San juan dice que viene el toro), y finalmente decidió pasar por medio del charco, todo esto sin parar ni hacer estudio geográfico ni medir la profundidad “ni ná, to pálante”. Pues eso, que yo detrás, por medio del charco que llegaba casi al tobillo. Qué fresquito! Poco después de éste momento lúdico-acuático tuve que parar un par de veces a estirar, los gemelos los tenía más cargados que un seiscientos camino de la playa en el mes de Agosto de los años sesenta.

 

Hasta la entrada de Torrejoncillo había tres avituallamientos más, únicamente paré algo más de tiempo en el primero después del charco, plátano y agua y a seguir, aunque desde hacia un par de kilómetros ya era un rato al trote y otro rato andando. En el siguiente avituallamiento veo a Andrés de lejos, tampoco es que vaya muy sobrado, los kilómetros se notan. Antes de llegar a la carretera para cruzarla en dirección a Torrejoncillo me alcanza Madruga, el segundo del maratón. Paso la carretera y a los pocos metros el último avituallamiento antes de llegar a Torre, paro unos segundos, bebo y sigo. Un pequeño tramo llano da paso a una bajada que nos dejará casi a la entrada del pueblo, aunque empiezo la bajada corriendo, a los poco metros tengo que andar, el mismo dolor que el año pasado por debajo de la rodilla y lateralmente. Lo bueno es que éste año es a poco más de un kilómetro para la meta. El último kilómetro lo hago corriendo, siendo adelantado por el tercero del maratón poco después de entrar en Torrejoncillo. Empiezo a subir la cuesta camino de la plaza, y a mitad de la misma me encuentro con Jose Fisios que me anima, y que venia de recoger su bolsa una vez terminado el cross. Enfilo el último repecho hasta la meta, aplausos y gritos de ánimo, levanto el brazo al entrar en meta y una carrera más que ha caído para el recuerdo.

 

Hay que destacar la gran organización que ha habido éste año, unos avituallamientos perfectos y abundantes, bien colocados y con mucho ambiente por parte de los voluntarios. Así mismo la bolsa del corredor con el avituallamiento final de meta extraordinario.